En general, estos cambios nos toman desprevenidos, nos sorprenden. Pero no siempre es así, no se trata de simples accidentes. A veces son el fruto de nuestros deseos y búsquedas, de nuestros sueños y de luchas que no se detienen hasta hacerlos realidad. Esos días son muy importantes. Son los días que verdadera y profundamente revolucionan nuestras vidas.
Hace poco más de 200 años hubo en este país un día que cambió para siempre la vida de su gente. Ocurrió en la llamada “Revolución de Mayo”, un 25 de mayo de 1810. Y los hechos de ese día no fueron fruto de la casualidad. Sucedieron porque unos cuantos hombres y mujeres de nuestra naciente patria hicieron suyos los sueños de libertad de los habitantes de esta parte del mundo.
Muchas veces los hemos recordado. El estudio de esta historia nos ha enseñado sus rostros y aprendimos de memoria sus nombres más importantes: Saavedra; Paso y Moreno; Belgrano, Castelli, Matheu, Alberti, Azcuénaga y Larrea, decimos, casi como recitando una formación deportiva. Los hemos homenajeado en numerosos actos escolares, con cabildos de papel y recreando los hechos en coloniales escenografías de damitas, caballeros y vendedores ambulantes. Pero que siempre mostraron lo visible, lo evidente, de esos días de mayo de 1810. Porque, hay que decirlo: es muy difícil saber qué pasó realmente por la cabeza de los primeros protagonistas de nuestra historia
Ni siquiera los estudiosos del tema se ponen de acuerdo sobre las motivaciones y los hechos que llevaron a la revolución del 25 de mayo de 1810. Es que nunca es fácil, y menos tanto tiempo después, explorar el alma de los hombres y conocer sus verdaderos ideales, pensamientos, conspiraciones, venganzas y sueños de libertad.
Lo que sabemos nos alcanza para conocer que, lejos de pensar igual, tenían grandes desacuerdos. Y que no se trataba de un grupo de amigos y compañeros que con el aprecio personal superaban sus diferencias. No, nada de eso fue así. Eran seres humanos con virtudes y defectos, con generosidades y egoísmos, que no pensaban igual, y que a duras penas lograban acordar posturas en común.
Pero si alguien supone que esto es un obstáculo para apreciar la grandeza de aquellos criollos, se equivoca. Porque justamente en la dificultad, en las malas, en el uso de esa especial capacidad para entender qué es lo verdaderamente importante y dejar a un lado los enfrentamientos y ambiciones para lograrlo, se conoce el valor de los hombres. No es valiente el que no siente el miedo sino el que es capaz de superarlo. No es generoso el que ofrece lo que sobra sino el que da más de lo que puede sin pedir nada a cambio.
Entender la dimensión humana de aquellos próceres nos pone frente a una verdad y a un compromiso: no, no eran dioses. No tenían superpoderes, eran de carne y hueso, eran seres humanos, como nosotros. Sí, eran como nosotros. Y si nosotros somos como ellos, ¿por qué entonces, cuando vemos que nuestra sociedad tiene tantas cosas por mejorar, pensamos que sólo alguien con capacidades extraordinarias puede encargarse y solucionar el asunto? ¿Por qué no reconocer que el poder y la fuerza de la unión de aquellos hombres también pueden estar en nosotros? ¿Por qué no utilizarlos siempre para continuar construyendo un país mejor? Sólo debemos saber utilizarlos con generosidad y justicia, con voluntad y valor.
Así, asumiendo nuevamente el compromiso de aquellos patriotas, es como podremos honrar verdaderamente a ese bendito día en todo que cambió, ese 25 de mayo de 1810 que, sin saberlo, nos transformó en argentinos.
(Palabras alusivas para el acto escolar del Instituto M.F Alsina - 24/05/2012)
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