Osvaldo Soriano
(06/01/1943 – 29/01/1997)
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Pero lo que nunca deja de llamar mi atención al leer a Soriano es la extraña identificación que siento con ese tipo con el que biográficamente tenemos tan poco en común. ¿Sobre quién escribía el Gordo? ¿Sobre su padre o sobre el mío?¿Por qué siempre en alguna de sus páginas encuentro que lo que me pasa lo escribió muchos años antes que me suceda? ¿Cuantos goles de San Lorenzo -sin saberlo- gritamos juntos?
Las primeras veces que lo vi, me limité a observar cómo le hacían perder el tiempo en los pasillos de la Feria cruzando algunas palabras o firmando algún autógrafo que Soriano con timidez y respeto accedía a firmar. Ni mamado se cruzaba por mi cabeza hacerle algún tipo de comentario. Acercarse y decirle "Soriano, muy bueno tal cuento" hubiese sido patéticamente inútil para expresar mis sentimientos y un eterno e incómodo momento para los dos. Pero una de las últimas veces que lo vi el Gordo andaba risueño y jodón. Seguramente vendría de conversar con algún buen amigo y el azar quiso que nos crucemos en el pasillo. Rápido -como pocas veces en mi vida-, sonreí y le tiré:
-"El domingo, a esos amargos les metemos cuatro..."Soriano recibió el pase, se paró y de buena gana se quedó conversando unos instantes. Ya no era él un prestigioso escritor ni yo un ignoto visitante. Éramos dos cuervos más palpitando la previa de un clásico, charlando y riendo con el lenguaje de una tribuna. Que "si arriba juega tal...", que "andamos flojos en defensa...", que "no importa, les vamos a romper el c... igual" fue el único tipo de literatura que intercambiamos. Después del saludo y despedida, a unos pasos de distancia le dejé un ambiguo "Gracias" que devolvió con un gesto y un "No hay de qué". Ahí me di cuenta que sus cachetes todavía sonreían. Y mi agitado corazón también.
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